Subir una escalera de dos en dos. Ahorrar pasos, ganar tiempo, adelantar el cuerpo al ritmo previsto, pautado y frecuente. Lo hemos hecho todos alguna vez. El gesto infantil, lúdico, de quien se sabe fuerte y carga la prisa propia de quien tiene todo el tiempo por delante. Esa clase de prisa que solo pueden atesorar los niños. Pero ¿has probado a bajar la misma escalera de dos en dos? Es otra historia. El cuerpo se tensa, la mirada calcula, el tobillo intuye el riesgo, la cabeza augura el golpe. Saltarse escalones, cuando se trata de bajar, no es síntoma de agilidad, sino de imprudencia.
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Honos 269. Saltarse escalones
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Subir una escalera de dos en dos. Ahorrar pasos, ganar tiempo, adelantar el cuerpo al ritmo previsto, pautado y frecuente. Lo hemos hecho todos alguna vez. El gesto infantil, lúdico, de quien se sabe fuerte y carga la prisa propia de quien tiene todo el tiempo por delante. Esa clase de prisa que solo pueden atesorar los niños. Pero ¿has probado a bajar la misma escalera de dos en dos? Es otra historia. El cuerpo se tensa, la mirada calcula, el tobillo intuye el riesgo, la cabeza augura el golpe. Saltarse escalones, cuando se trata de bajar, no es síntoma de agilidad, sino de imprudencia.