Ahí estoy yo adecuando el diseño de una pantalla a su funcionalidad mientras me tomo el primer café. Aquí, de nuevo, entregado a una hora imposible, tecleando para cumplir unos objetivos estratégicos. Ahí puedes verme ajustando procesos a las necesidades y restricciones actuales con las heridas aún frescas por el último combate. Ahí me encuentras obedeciendo a principios de diseño que estaban antes que yo y que estarán después de mí. Ahí, armonizando un sistema. Ahí, buscando el equilibrio, ahí la efectividad y ahí la eficiencia. Ahí, mírame ahí, dejándome el túnel carpiano en un conjunto de soluciones escalables. Ahí, concertando acuerdos de paz entre la utilidad y la belleza. Ahí, conversando acaloradamente con la recursividad, amamantando una discusión eterna con la sencillez. Ahí estoy creando un flujo que sea conveniente y que a la vez satisfaga ciertos requerimientos técnicos. Ahí puedes notarme comprometido con no dejar tras de mí un rastro de píxeles que ensucien aún más el mundo. Ahí, atendiendo a convenciones y plegándome a rituales. Ahí, otra vez, adaptándome al contexto. Ahí, midiendo el rendimiento óptimo del esfuerzo requerido para completar una tarea que satisfaga una necesidad, que cumpla un cometido, que resuelva un problema, que ponga por fin remedio a una inconveniencia. Ahí estoy yo contra la perfección, tras lo impecable. Y ahí, junto a mí, eterno, insistente, pegajoso, siempre en el rabillo de mi ojo, siempre como un susurro en mi oreja y siempre como una interrupción, estás tú con tu sádico y bochornoso “me gusta”.
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