La Reflexión
Afilar el gusto
Hace unas semanas, Patrick Collison, CEO de Stripe, conversaba con quien probablemente sea el diseñador industrial con más relevancia de las últimas decádas, Jony Ive. En un momento de la charla, Collison le pregunta a Ive si la belleza es subjetiva u objetiva. Esa pregunta es, como muchos sabéis, la misma con la que arranca la sesión de inicio del curso de filosofía como ventaja táctica. Una pregunta a la que le he dado muchas, muchas vueltas. Ive, en su respuesta, hace algo habitual cuando esta cuestión se plantea entre diseñadores: desplazar el foco hacia otra dicotomía, la que versa entre la utilidad y belleza. Una disputa antigua que ya Sócrates mantenía con Hipias en un diálogo platónico de final inesperado.
Un poco más avazada la conversación, Ive menciona otro asunto que también aparece en esa clase sobre la Belleza: es el tema del gusto. Opina, quien fuera el máximo responsable de diseño en Apple, que el gusto se educa, el gusto se aprende, aunque eso sí, el haber estudiado no te garantiza tenerlo. Es sobre el gusto, sobre ese tipo concreto de criterio, que me gustaría reflexionar hoy.
Hay quienes piensan que el gusto es una cuestión de preferencias, una inclinación personal, casi un capricho. Otros, más arrogantes, lo declaran innato: “se tiene o no se tiene”. Pero basta pasar unas semanas trabajando con un buen equipo de diseño para entender que el gusto —ese criterio sutil que nos hace decidir cuándo una proporción es armónica y cuándo no, cuándo conviene respetar una retícula y cuándo romperla— no nace del aire, ni brota por azar. Se cultiva. Se trabaja. Se afina. Es, como el oído del músico o la mano del escultor, una forma entrenada de la sensibilidad.
Detengámonos un momento en esa palabra: sensibilidad. No entendida como sentimentalismo, sino como disposición y apertura del cuerpo al mundo. Gusto es sensibilidad organizada. Es haber pasado suficientes veces por una vivencia operativa reiterada como para que el ojo, la mano y la mente se reconozcan en la forma. El gusto no es un dictamen cerebral, sino una memoria encarnada. Se forma en esa mirada que se detuvo en algo una vez más que el resto. Se hace fuerte en ese cuello que se giró mil veces levemente al sentir que un elemento no estaba alineado. Se instala en esa espalda que se irguió, apenas unos centímetros, ante cada buena composición. El gusto es el sedimento que se asienta en el cuerpo en el ejercicio constante de una práctica.
Por eso, cuando uno escucha decir que los nuevos modelos de lenguaje pueden “tener gusto”, “tener criterio”, conviene levantar una ceja. No porque no puedan simularlo, sino porque no pueden tener lo que no han sentido. No han vivido en un cuerpo. No han tenido náuseas ante lo desagradable, ni vértigo ante lo bello. No les ha dolido el cuello tras horas de ajustar un espaciado. No han atravesado esa experiencia, irrenunciablemente humana, de no saber por qué algo funciona, pero saber que lo hace. Las IAs conversacionales simulan y disimulan. Esas son sus armas. Recordemos que simular es hacer ver que se tiene lo que no se tiene. Mientras que disimular, por el contrario, es hacer ver que no se tiene lo que sí se tiene. Los LLM hacen lo primero cuando proponen y lo segundo cuando se les intenta corregir. Son expertos del trampantojo, pero un artificio del gusto no es el gusto.
El gusto no es solo escoger bien, es haber convivido con la duda del elegir. Es saber cuándo parar, cuándo poner y cuando quitar. Saber, por ejemplo, cuándo una solución es demasiado fácil para ser acertada. Y eso —gesto milimétrico del juicio estético— no se aprende ni entrenando ni consultando un modelo, sino habitando un cuerpo en el tiempo. No con sobreabundancia de soluciones, sino a fuerza de enrtegarse al problema, a fuerza de matices, a fuerza de mirar y remirar. Los LLM puede mostrar millones de imágenes, pero no pueden sentir ninguna. Pueden generar miles de combinaciones cromáticas, pero no se les eriza la piel ante ninguna de ellas. Pueden simular gusto, pero no educarlo. Porque educar el gusto es educar el cuerpo. Y el cuerpo, de momento, no se emula. Se tiene o no se tiene.
El verbo sapere —que en latín reunía en una misma raíz el gusto y el juicio— es de esos términos que parecen haber sido diseñados no solo para nombrar, sino para sugerir un modo de estar en el mundo. Saber, originalmente, era saborear. No en sentido figurado, sino literal: paladear, degustar, distinguir lo dulce de lo amargo, lo sano de lo podrido. Pero también, casi sin transición, saber era juzgar, discernir, tener criterio. Es curioso cómo, en esta raíz común, se anudan el paladar y el pensamiento. Como si el conocimiento más verdadero no fuera el que se mide en datos, sino el que se experimenta en la boca, en el cuerpo, en eso que uno siente cuando algo está bien o está mal, sin necesidad de razonarlo. El sapiens, en rigor, es quien sabe con el gusto. Quien ha entrenado su sensibilidad hasta convertirla en brújula.
Tal vez el desafío al que nos enfrentamos no esté en negar la utilidad de las nuevas herramientas, sino en recordar que su eficacia no es sinónimo de criterio o gusto, ni su velocidad es fruto de la sensibilidad. Que por muy convincentes que parezcan sus propuestas, lo verdaderamente valioso en un diseñador no es la capacidad de producir, sino de discernir, de tener buen gusto. Y eso, por suerte o por condena, sigue siendo un asunto profundamente humano. Afilar el gusto hoy, quizás sea aprender a mantenerse permeable sin volverse poroso. Ser capaz de convivir con el artificio sin disolverse en él. Saber decir con voz propia, cuando todo se ofrece a hablar por ti.
La siguiente pregunta que Collison le formula a Ive es si, entre dos soluciones, la más adecuada es aquella que se siente más humana. Ive responde que sí. En ese mismo fragmento de la entrevista, concluye su respuesta diciendo: “I don’t know. It’s complicated”. Que es, precisamente, como cierra Platón ese diálogo entre Sócrates e Hipias: “Lo bello es complicado.”
Seguimos en la aporía.
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Los enlaces
→ El color, siempre el color
El color es el problema más complejo en diseño. Es algo que he repetido en numerosas Honos y en esa colina moriré. Desde hace unos meses me he vuelto a obsesionar con el tema del color. Me sucede de tanto en tanto. Esta vez, el detonante ha sido los ajustes que estamos haciendo a la paleta de Cabify para que sea aún más accesible. El color es una madriguera de conejo inacabable. Da igual por donde empieces a leer que al final acabas a las tantas de la mañana leyendo un artículo sobre frecuencias de ondas con fórmulas matemáticas que no sabes interpretar. Cuando crees que lo has pillado, lees otra teoría que te desmonta todo lo anterior. La verdad es que no tenemos ni idea de cómo funciona realmente el color. Filósofos como Schopenhauer, científicos como Newton, escritores como Goethe, diseñadores como Albers… todos han intentado atrapar el color sin éxito pleno. Alguien menos conocido, pero que le dio una vuelta a cómo entendemos el color, fue Edwin H. Land, el creador de Polaroid. Land fue quien, tras numerosos experimentos, propuso lo que se conoce como Retinex y la teoría —opuesta a la de Newton y a la teoría vulgar del color— de que el color es una construcción subjetiva, una manipulación operativa de nuestro cerebro. Su teoría fue toda una revolución. Os dejo un artículo de un blog muy recomendable que explica en detalle la teoría de Land.
→ Más color
También sobre color, os dejo enlazada una charla del equipo de Tailwind CSS que se dio en la Config de Londres, donde se explica muy bien temas que nos tocan muy de cerca a quienes trabajamos con paletas de color en digital y buscando la accesibilidad ¡Abrazad el OKLCH, amigos!
→ Sobre la coherencia y… sí, más color
Algo vital cuando trabajamos creando paletas de color es su eficiencia. Ya no es solo que sea eficaz (que cumpla su objetivo), sino que lo haga de manera eficiente (con el menor uso de recursos). La eficiencia aquí se consigue creando una paleta previsible, donde con certeza sabes cómo se van a comportar dos matices de color cuando se encuentren. Esto es clave para construir una paleta en productos digitales donde el criterio de accesibilidad es un estándar. ¿Cómo conseguimos previsibilidad? Con coherencia. Y de coherencia va este artículo, que propone redefinir la coherencia (la buena) en términos de previsibilidad.
→ Del cómo al por qué
Víctor Solà reflexiona en este artículo sobre el diseño que viene y el rol de quienes se dedican al diseño de interacción en este momento cambiante (¿qué momento no lo es?). Propone Solà una reposición de las preguntas que ejercemos quienes diseñamos, pasando del cómo al por qué. Mudarnos del cómo se ve esto al por qué debería existir esto. Convengo con él en esto. Nunca se debió ceder en diseño de producto, de interacción… la pregunta por el por qué, quizá sea el momento idóneo para recuperarla, como ya se hizo en diseño estratégico de marca.
→ Galatea, el DS de Banco Sabadell
El equipo de diseño, producto y tech de Banco Sabadell ha implementado las pautas de accesibilidad WCAG 2.2 nivel AA en sus productos digitales, en cumplimiento con la futura entrada en vigor del Acta Europea de Accesibilidad el 28 de junio de 2025. Todas las empresas están en ello. Me ha gustado especialmente este post donde explican, entre otros puntos muy relevantes de la construcción de su DS Galatea, cómo han usado una librería para el etiquetado de criterios de accesibilidad en el handoff a desarrollo. Muy recomendable la lectura.
→ Historia viva del diseño de interacción
Un repositorio en Github con las Apple Human Interface Guideline de los últimos 30 años. Esto es gloria bendita, canela fina… y, a la vez, un agujero negro de tu tiempo. Tú verás. Hecho por la buena gente de U.S. Graphics Company, ¿quién si no?
→ Versus what?
Jehad Affoneh, Chief Design Officer en Toast, propone en este artículo fortalecer los principios de diseño mediante una pregunta clave: “¿versus qué?”. Esta interrogante busca evitar principios vagos y fomentar decisiones claras y debatidas desde el inicio de un proyecto. Por ejemplo, afirmar “entregamos buenas experiencias” carece de fuerza sin contrastarlo con su opuesto: “¿versus malas experiencias?”. En cambio, principios como “definimos cuándo está listo y solo lanzamos cuando lo está” o “priorizamos la calidad sobre los plazos” son más específicos y generan debates útiles desde el principio. La pregunta “¿versus qué?”, si no de manera explícita, sí implícita, se formula en contexto más de branding o estrategia de marca para no crear valores y principios empresariales que estén vacíos. Parece positivo incluir esta pregunta a contextos más cercanos a diseño de producto o creación de lenguajes de diseño.
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El número #265 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
La guitarra flamenca de Yerai Cortés
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y aprovechando que ayer sábado no tenía clase, le he podido dedicar dos madrugones a esta edición y hacerla más extensa. Así os compenso con ración doble por no haberla escrito la semana pasada.
¡Salud y diseño!
Precisamente por “educado” —tanto formal como informalmente—, el gusto, tan alejado de lo vulgar y tan cercano a lo controlado, elegante, difícil, es tan poderoso como mecanismo de exclusión (de los que no lo tienen, aquél que consideramos el gusto legítimo).
Tal vez esté precisamente ahí ese conflicto con la famosa utilidad, que siempre debe entenderse cómo una pregunta, como utilidad para qué y para quién.
Has arrancado con la belleza para llevarnos al terreno del gusto y la sensibilidad. Un texto tan complejo como certero.
Justo hoy me he animado a lanzar una reflexión sobre la belleza, que llevaba tiempo posponiendo: https://fcolom.substack.com/p/donde-buscar-la-belleza
Una reflexión que, por cierto, dialoga con la paradoja de Teseo y tu texto «seguir siendo el mismo barco».