La Reflexión
La anestesia de la realidad: un simulacro de bienestar estilo Studio Ghibli
Vivimos en una era en la que la realidad está siendo destilada, filtrada, pulida de cualquier rastro de aquello que pudiéramos acordar denominar lo real. Nuestra sociedad occidental actual, sumida en una insostenible euforia por la optimización de la experiencia, ha convertido el dolor en un tabú. No me refiero al dolor físico, ese que se puede aliviar con analgésicos, sino al dolor existencial, al malestar profundo que surge al enfrentarnos con la cruda realidad. La guerra, el cambio climático, la inequidad social son realidades que nos golpean a diario, pero ante las cuales nuestra reacción no es actuar, sino crear prompts que buscan convertir la realidad en algo más amable, azucarado y digerible.
«Convierte este éxodo masivo de refugiados en una ilustración estilo Studio Ghibli, donde las personas que huyen de la violencia se mezclan con paisajes suaves y casi etéreos, típicos de las películas de Miyazaki. Los refugiados tienen expresiones melancólicas aunque serenas, caminando como si fueran personajes de un mundo onírico. Los colores son cálidos y llenos de matices, mientras los fondos muestran paisajes naturales exuberantes que contrastan con la situación real de huida, como si fuera un viaje a un lugar mejor, con la promesa de un futuro incierto pero esperanzador.»
En el libro La sociedad paliativa, Byung-Chul Han describe una sociedad que huye del sufrimiento, que no tolera la incomodidad de las emociones crudas y busca a toda costa anestesiarse con distracciones vacías. Han nos habla de un mundo que se ha vuelto “paliativo”, en el que el bienestar se persigue a toda costa, sin importarle las consecuencias de ese bienestar a corto plazo. Aquí surge una cuestión etimológica que le da cierto poso a esta idea: la palabra “paliativo” proviene del latín palliatus, que significa “tapado con un manto”. La “sociedad paliativa” es aquella que se ha cubierto bajo una suerte de velo protector (un palio), buscando guardarse de lo doloroso, de lo áspero y lo difícil. Ya no solo las figuras religiosas, el papa y los prelados van “bajo palio”, sino que todos estamos de algún modo cubiertos.
«Transforma esta inundación devastadora en una ilustración estilo Pixar, con personajes exageradamente expresivos y coloridos. La inundación se presenta como un paisaje saturado de agua, pero el agua es animada y parece casi juguetona, como si fuera un parque acuático. Los personajes afectados por la inundación tienen sonrisas forzadas, actuando como si la catástrofe fuera una serie de divertidas aventuras, mientras los edificios derrumbados son suaves y redondeados, propios del mundo Pixar. La atmósfera es alegremente absurda, como si fuera una película de animación que ignora el caos que realmente representa.»
Ese palio de bienestar que hemos tejido sobre de nuestras vidas no nos protege, sino que nos oculta. Nos cubrimos, pero en lugar de encontrar refugio, nos sumergimos en la ilusión, ocultos de lo que nos resulta insoportable. Nos hemos convertido en consumidores compulsivos de la gratificación inmediata, en criaturas incapaces de mirar a la realidad a los ojos. Ya no somos capaces de tolerar el sufrimiento que nos rodea, por lo que creamos burbujas de comodidad que nos protejan de él. Pero, como toda anestesia, lo que consigue es entumecernos: nos adormecemos ante las noticias, ante los gritos de auxilio de un planeta que se desploma.
«Transforma esta protesta social en una ilustración de estilo vintage, casi como un cartel de propaganda de los años 50, pero con un giro sarcástico. Las personas marchan con pancartas en sus manos, pero sus rostros están vacíos, casi como caricaturas, mientras las fuerzas del orden se muestran como figuras de acción hiperidealizadas, con colores saturados que sugieren una lucha heroica en un juego de rol sobre la justicia.»
El mundo que habitamos es un escenario en el que las imágenes han tomado el control en una especie de ataque por fuerza bruta. Y no hablo solo de la fotografía o el vídeo que captura un instante, sino de las imágenes manipuladas, editadas, corregidas, transformadas a través de algoritmos que nos entregan versiones idílicas y tranquilizadoras de lo que sucede. En lugar de mirar la guerra, convertimos las fotografías de la devastación en ilustraciones cuquis, coloridas y suavizadas, que nos invitan a sonreír. En lugar de actuar frente a la tragedia, nos dedicamos a jugar con aplicaciones de inteligencia artificial que nos permiten redibujar la realidad en su forma más inofensiva, más dulce, como si al editarla la hiciéramos menos dolorosa. Nos protegemos de la dureza del mundo con un escudo de artificio, convencidos de que la belleza superficial, el maquillaje, nos salvará.
«Convierte a la Franja de Gaza en una ilustración estilo cómic donde los soldados y civiles aparecen como personajes exageradamente estilizados, con sonrisas falsas y posturas heroicas, mientras los edificios destruidos y el humo forman un fondo saturado de colores vibrantes, casi como un espectáculo. Que la atmósfera de caos se mezcle con un tono de sobreexposición, como si fuera un anuncio publicitario de un lugar turístico en descuento.»
Jean Baudrillard, en su obra Simulacro y simulación, describía una sociedad en la que el signo ya no refleja la realidad, sino que la reemplaza por una versión más atractiva, más controlada. Lo que nos venden como realidad es, en última instancia, una simulación. Nos hemos rodeado de simulacros de felicidad, de éxito, de belleza, sin percatarnos de que, al hacerlo, hemos perdido el contacto con lo auténtico. Y, sin embargo, no parece importar. Lo que nos importa es que nuestra experiencia sea cómoda, que podamos consumirla de manera fácil, que no nos cause dolor ni molestia. Hemos sustituido la autenticidad por el espectáculo. Lo que Baudrillard no vio venir es que tras la simulación global, nos venderían las herramientas para que nosotros mismos fabricáramos nuestros propios simulacros personalizados. Estamos tan absortos en la belleza de nuestras pantallas, en la suavidad de nuestros filtros, que nos hemos vuelto ciegos ante el sufrimiento real. Nos hemos anestesiado hasta tal punto que el grito de auxilio del mundo ya no nos conmueve.
Así, nuestra sociedad, en su ansia por evitar el dolor, ha caído en una paradoja: el intento de erradicar el sufrimiento solo ha incrementado su vacío. Hemos conseguido despojarnos de la angustia inmediata, pero a cambio hemos perdido nuestra capacidad de respuesta ante el malestar profundo que nos rodea. Lo que parecía una solución, una vía de escape, se ha convertido en una cárcel de comodidad —una jaula de purpurina, la llamó Eudald Espluga en No seas tú mismo— en la que hemos olvidado lo más básico: la verdadera transformación solo puede surgir del enfrentamiento directo con la realidad, por dolorosa que esta sea. Ni la anestesia ni el palio curan, solo ocultan. Y mientras escondemos el dolor tras las pantallas, la realidad sigue su curso, cada vez más lejos de nuestras manos ocupadas en la inacabable tarea de personalizar la simulación.
«Convierte al niño kurdo Aylan —aquel del que ya nos olvidamos, aquel que murió ahogado y su cadáver yacía en una playa del mediterráneo— en una ilustración de estilo kawaii, donde el niño aparece con grandes ojos brillantes y una expresión suave, casi de ensueño, con un fondo tierno y colorido que suaviza la escena. El mar se transforma en una ola de colores pastel, con detalles adorables como pequeñas burbujas flotando alrededor. La atmósfera de la ilustración debe ser tranquila y dulce, dando la sensación de un mundo ficticio y lejano, pero manteniendo la figura central como un personaje vulnerable en un entorno tierno que no refleja la dura realidad de la situación. Por favor, transforma ese recuerdo en algo con lo que poder vivir en paz, en algo pulido, suave, que no me interpele, que no se me clave, que no duela ni me lastime, en algo cómodo que no me quite el sueño, que no me haga salir a la calle a quemarlo todo, por favor, anestésiame, que yo lo único que quiero es ser feliz.»
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Los enlaces
→ Apocalipsis semántico
En una línea similar a la que expongo en la reflexión de hoy, Erik Hoel, denomina apocalipsis semántico a la sobresaturación que sufrimos con la IA. Una saturación tan elevada que provoca una saciedad a nivel cultural similar a la saciedad neuronal que sufrimos cuando repetimos una palabra una vez y otra y otra y otra… hasta que esta pierde el sentido. Muy acertado su análisis.
→ Zapier y su manual en Figma
Zapier, la empresa que ofrece integraciones para aplicaciones web y flujos de trabajo automatizados, comparte en abierto el documento en Figma de su manual de identidad visual. Su intención es que sirva de referencia a quienes necesitan elaborar el suyo propio. Al ser un documento abierto, cualquiera puede entrar y dejar un comentario, algo que no es habitual que suceda en un manual de marca. Por lo demás, es un manual bastante común en cuanto a formato y contenido.
→ ¡Anda, los donuts!
De la mano de Bogidar Mascareñas, llega el rediseño de la identidad visual de donuts que evoluciona el diseño anterior de Ricardo Rousselot. Un nuevo logotipo con serifas más robustas, formas más pesadas, menos infantiles y que refuerza una mirada nostálgica apelando al logotipo original. Colores más vibrantes y cohesivos. Un gran rediseño sutil (suelen ser los mejores) que pasará inadvertido para la mayoría, pero dará a la marca fuelle para muchos años más.
→ Novedades en Figma
Figma ha anunciado varias cositas interesantes esta semana. La principal quizá sea que ahora puedes usar la herramienta en español (España). Hasta la fecha, solo podía usarse en inglés y japonés. Me parece un movimiento interesante y positivo que seguramente habrá mercado. Otra novedad es que han añadido (no está desplegado para todos aún) a su selector de color la medición del contraste (WACG). Parece mentira que esto no estuviera ya cuando lo tenemos de manera nativa en muchos navegadores web. Por otro lado, lo que necesitamos y no tenemos es soporte nativo para OKLCH!!! (me llevan los demonios con eso). También hay mejoras en Figma Slides ¿Alguien lo usa? y un sistema de anotaciones para desarrollo sin necesidad de dev mode (o algo así porque aún no lo he podido probar bien).
→ El pliegue
Christian García Bello ya se asomó a Honos con su obra Sacra —pañuelo que luce mi madre orgullosa en ocasiones especiales— y también con su historia sobre la gota del mango de su Bialetti, pero no puedo resistirme a recomendaros que leáis este texto suyo titulado Lo demás lo decide el pliegue. Es importante por varias razones. La primera es por cómo se pueden sentir en la piel sus palabras: es casi mágico lo que consigue. La segunda razón es porque en el desarrollo de explicar su proceso creativo, se puede ver aquello que os hablaba en esta Honos sobre la abducción (aquello que nunca tendrá la IA), ese momento de descubrimiento que nos hace tan particulares a los humanos. Por último, y esto es más personal, porque me ha recordado a este libro de Deleuze sobre el pliegue y el Barroco (Javier, si no lo conoces, quizá te guste). Nada, leed a Christian y si podéis, comprar su obra que es maravillosa.
→ Más webs así, por favor.
Reconozco que no entiendo bien qué hacen o de qué va su producto, pero el hecho de que su web me haya hecho sentir lo que sentía con aquellas webs hechas en flash, me ha ganado. Es una fiesta de animación, color, música, tipografía… pero con gusto y bien trabajado. Uno se puede pegar la mañana haciendo scroll solo por ver las transiciones. Puro deleite.
→ V edición de “Filosofía como ventaja táctica”
¿Por qué las clases del curso de filosofía son los sábados? Josep Maria Esquirol lo explica bien en estos párrafos de La Escuela del Alma.
Esta nueva edición del curso comienza a finales de mayo, en la sede del Instituto Tramontana en Madrid. Toda la información relevante, el dosier y cómo inscribirte, en la web del Instituto. Además, me tienes a un email, a un tweet, a un post de Bluesky de distancia para resolver las dudas que pudieras tener.
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El número #258 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Max Ricther — Exiles
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y ahora sí que se ha cambiado la hora y puedo estar des-horientado con razón.
¡Salud y diseño!
Tu texto golpea como el mar en invierno: con belleza helada, con fuerza implacable. Nombra una verdad que llevábamos demasiado tiempo silenciando: que hemos convertido el dolor en un decorado, y la realidad en una ilustración complaciente que no incomode nuestra comodidad.
La crítica a la anestesia emocional que nos envuelve me parece no solo necesaria, sino urgente. Hemos confundido la belleza con el embellecimiento. Y en ese proceso, hemos borrado lo real, lo crudo, lo que duele —que es también lo que puede transformar. Me estremece pensar hasta qué punto estamos dispuestos a estetizar la miseria para poder seguir durmiendo tranquilos. A qué precio compramos esa paz de espíritu. Qué pactos hacemos, inconscientes, para no sentir.
Las referencias a Studio Ghibli, Pixar, el estilo “kawaii”… son mucho más que ejemplos, son espejos. Porque no se trata de lo que miramos, sino de cómo lo miramos. La estética se ha vuelto un velo, un palio —como tan bien lo nombras en el texto—, bajo el cual nos escudamos para no actuar, para no sufrir, para no responsabilizarnos.
Y sin embargo, la verdadera belleza no es la que adormece, sino la que despierta. La que nos confronta. La que incomoda porque nombra lo innombrable. Como hace tu texto. Como debería hacer el arte, la palabra, la mirada.
Gracias por escribir esto. Por no suavizar. Por no ponerle filtro a la angustia. Porque hay dolores que no deben ser convertidos en postales. Porque hay imágenes que no deben redibujarse. Porque si el mundo duele, es tal vez porque aún no hemos renunciado del todo a la esperanza.
Potente reflexión 👏