La Reflexión
El cubo de arena y la montaña
Imagina un cubo lleno de arena seca de playa. Imagina que te digo: “Dentro de este cubo hay un diamante. Tan solo has de meter la mano y será tuyo.” Imagina que confías en mí, introduces la mano en la arena cálida y al momento tu dedo índice nota un borde afilado mucho mayor que cualquier grano de arena. Ayudándote del pulgar, pellizcas lo que intuyes es una forma angulosa y al sacar la mano compruebas con sorpresa que, efectivamente, es un diamante.
Imagina ahora que estamos al pie de una montaña. Imagina que te digo: “Dentro de esta montaña encontrarás algo infinitamente más valioso que un diamante. Tan solo has de coger este pico y picar. Adentrarte en la montaña sin el ánimo de encontrar nada. Si no buscas nada, todo a tu paso será valioso. Tan solo has de picar, picar y picar hasta que ya no quede montaña.” Tú me dirás entonces: “¿No tienes más cubos de arena?”
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Nos han acostumbrado a lecturas cómodas, cálidas y secas como cubos de arena que prometen un diamante entre sus páginas. No es que nos mientan, el diamante está ahí y es sencillo de encontrar. Tan solo unos cientos de páginas escritas a cuerpo grande y espaciado generoso nos separan de encontrarlo. Pero, ¿son diamantes lo que realmente queremos?
Leer a los clásicos, por el contrario, se parece más a picar una montaña sin la promesa de un diamante. Quien se adentra en un clásico buscando algo concreto cae en la trampa de las lecturas actuales —más cercanas a la lectura de un manual, de un informe— y por eso se cansa rápido. Picar la montaña es ir abriendo pasillos, es recorrer un laberinto que construyes a medida que lo recorres. No existe un camino previo y directo al centro porque no hay centro ni tampoco diamante. Hay algo mucho más valioso que se gana en el simple recorrer, en el sencillo picar, en el mero leer.
La lectura, sin un camino marcado, sin centro prefijado, se nos hace angustiosa. Hemos perdido nuestro sentido de orientación. Hemos olvidado viajar sin GPS y tampoco sabemos ya leer sin la promesa de un diamante. Abordar un clásico como si fuera una obra actual, como si fuera un cubo de arena, es como entrar al Museo del Prado e ir siguiendo la señalética que te conduce directamente a Las Meninas. Ese camino de baldosas amarillas, ese pasillo de IKEA hacia el diamante no te permite detenerte en El Jardín de las Delicias, en Saturno devorando a su hijo, en Las tres gracias o en Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes. Un clásico está compuesto de múltiples salas en las que detenerse. Carece de una sala central. Uno tiene que adentrarse en el clásico asumiendo el riesgo de que puede picar un camino, abrir un pasillo y descubrir una sala en la que quedarse atrapado en un tiempo eterno, en una verdad infinita. De un clásico nunca se sale porque se queda dentro de ti.
No, leer un texto clásico no te dará información, no te dará soluciones brillantes de las que presumir y puede que te deje lleno de incertidumbres, y más frágil que al comienzo. No, no saldrás mejor de un clásico, pero sí más vivo, sí con más poso, sí más humano.
Nº 225 publicado gracias a Brandemia.
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Una guía sencilla y desde cero sobre cómo diseñar iconos en Figma. Si estás empezando, es perfecta porque va desde lo más básico y comparte plantillas sobre las que comenzar a construir.
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El número #225 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Amor — Israel Fernández y Diego del Morao
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y otra vez en esa fase de Nihil novum sub sole
¡Salud y diseño!
Es que la lectura (y especialmente la de los clásicos, dadas sus características) debería ser un camino, una senda por la que transitamos una tarde ociosa disfrutando del color de las hojas caídas, del trino de los pájaros, de la tibieza del sol de atardecida.
El que espera encontrar coordenadas, como tú bien dices, no es un lector, sino un náufrago.
Me ha encantado esta edición.
¡Hola, Máximo! Toda la razón en la introducción. Desde hace un par de años estoy leyendo clásicos (Dostoyevsky, Stendhal, Flaubert…) y al principio me costó dejarme caer en la lectura, tenía la sensación de leía y “no pasaba nada”. Al final aprendí a dejarme mecer por las historias y las palabras :)