La Reflexión
Las verdades del barquero
Sinceramente, esta vez quería descansar en el tren de vuelta a Barcelona. Me había propuesto no abrir el libro que traía, tampoco el portátil. No leer, no escribir, descansar. Con suerte, quizá hasta dormir. A mi edad y me sigo haciendo ilusiones. Justo detrás de mí viajaban una pareja entrañable de edad avanzada. Ella muy pendiente de él, a él se le empezaba a notar que ya no estaba muy pendiente de nada. Hablaban entre ellos. Volvían de ver a su hija, la mayor, la que vive en Madrid, la que ha hecho carrera, no la otra, Martita, que parece no encarrilar nada y ha tenido que regresarse a casa y “además con cargas”. A la media hora de trayecto ya me sabía yo media vida de esa familia. No le veía la cara a él, pero estoy convencido de que supo desconectar de la conversación mejor que yo. En un momento dado, ella le dijo la frase: “A Martita le tengo que cantar yo las tres verdades del barquero”. Claro, esa frase, dicha aquel mismo día, resonó lo suficiente en mí como para sacar el portátil y comenzar a escribir lo que hoy ya domingo acabo.
Julián Marías fue un buen filósofo y un aún mejor profesor de filosofía. Discípulo y amigo de Ortega, juntos fundaron el Instituto de Humanidades en Madrid. Lo tengo siempre muy presente en mis clases. En su libro Introducción a la Filosofía, escribe Marías un capítulo titulado Tres sentidos de la Verdad. Cuenta, de manera exquisita, como nuestro lenguaje, el castellano —aunque es ampliable a cualquier lengua romance—, tiene asumidos y, por tanto, olvidados tres sentidos originarios y distintos del concepto de “verdad”. Cada uno de estos sentidos nos llega desde una lengua distinta, desde un punto de vista distinto, desde —incluso— un modo distinto de entender el tiempo. Estas lenguas son, el griego, el hebreo y el latín. Las lenguas en las que pensamos.
Aletheia es la verdad griega. La verdad como descubrimiento, como des-velamiento. La verdad que saca a la luz lo que permanecía oculto y velado mediante el logos, mediante la razón. La Aletheia revela una verdad que está en un tiempo presente. Algo hay ahí y hay que descubrirlo ahora.
Emet, la verdad en hebreo, es, en cambio, la verdad que se cumple. Algo es verdad (Emet) cuando lo dicho se lleva a cabo, cuando sucede lo esperado, aquello que estaba escrito (por Dios). Emet comparte raíz con emuná, que nos llegará como “amén”, esto es: así sea, se cumpla. Emet es la verdad que se cumple en un tiempo futuro.
La tercera es la Veritas, la verdad latina. Una verdad que apunta al rigor de lo dicho, a la exactitud entre lo narrado y lo sucedido. La veritas opera en la concordancia entre lo que decimos que pasó y lo que pasó realmente. Es la veracidad del relato sobre el hecho. La veritas latina certifica la verdad de aquello que sucedió en un tiempo ya pasado.
¿A qué verdad nos referimos en castellano cuando decimos “verdad”?, ¿A todas a la vez?, ¿A ninguna en concreto?, ¿Cuál es nuestra verdad? Vivimos perdidos en la traducción, como Bill Murray por las calles de Japón en aquella película de Sofia Coppola.
Siempre me ha llamado la atención como Marías ignoró de forma tan patente una cuarta y última verdad. Supongo que todos somos hijos de nuestro tiempo y no hay nada que reprochar al maestro. Siendo sinceros, ni siquiera hoy admitimos que falta una pieza en el puzle que nos conforma, que hubo una cuarta lengua, un cuarto punto de vista, un cuarto tiempo… y que ocho siglos son muchos siglos para no dejar una huella profunda en la arena con la que estamos hechos.
Al Haqq es la verdad en árabe. Al Haqq no es una verdad positiva como sí lo son las tres anteriores. Quizá sea esa la clave de que se nos resista. Su propósito no es el de sumar conocimiento, sino el de conmocionarnos. La verdad árabe no se apoya tanto sobre lo que se descubre, lleva a cabo o se certifica, sino sobre cómo esa verdad nos conmociona, desestabiliza y nos deja perplejos a nosotros mismos. Con Al Haqq algo se rompe dentro de ti, no haciéndote más poderoso, sino más inocente, más niño. En árabe, la verdad no “se dice” porque no es un predicado de las cosas, sino una vivencia interior. Al Haqq no opera realmente en ningún tiempo externo, ya sea pasado, presente o futuro, porque lo hace en un tiempo íntimo, un tiempo interior. ¡Qué verdad tan extraña!, ¿verdad?, ¿Cuánto quedará de esa verdad en nosotros si es que queda algo? Lo desconozco, pero teniendo en castellano miles de palabras con origen árabe, qué raro sería que no quedara rastro alguno en una palabra tan relevante como “verdad”.
Si todo esto resonó en mí al oírle a la señora lo de las verdades del barquero era porque yo venía justo de dar una clase sobre La verdad. La última clase del curso donde, entre otras muchas verdades, contaba los tres sentidos de verdad de Julián Marías. Seguramente, poco tendrán que ver las verdades que la buena señora le quería cantar a Martita con las tres (o cuatro) verdades que culturalmente nos conforman y que en la actualidad nos tienen tan confundidos, en las ruinas de la verdad, entre cascotes de posverdad. Pero no quiero alargarme. Dejo esto ya para las clases que os veo algo cansados y no quiero que os durmáis como le terminó pasando al marido de esta buena señora en el tren.
Honos descansará lo que queda del año. Necesito parar y dedicarme a la familia y al turrón. Ni siquiera me da el cuerpo para dejaros los enlaces habituales en esta edición. Confío en que sepáis perdonarme.
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Por último, desearos unas felices fiestas y un cierre de año digno de ser recordado. Se os quiere.
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El número #216 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Una señora en un tren y luego esta maravilla que han hecho Estrella y Rafael
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, profe de filosofía, aprendiz de newslettero y… con muchas ganas de cocinar algo rico hoy con Gala.
¡Salud y diseño!
(...) a él se le empezaba a notar que ya no estaba muy pendiente de nada 💔
¡Mil gracias Máximo! A darle al turrón y a descansar. ❤️