La Reflexión
A mí dame borrasca y tuétano.
Me come la semana entre trabajo y clases. Reconozco que estos días voy como el conejo de Alicia, siempre con prisas. Admito que dudaba si publicar o no. Fue en el tren de vuelta de Madrid, escuchando una entrevista al guitarrista flamenco Juan José Suárez Paquete hablar de Diego El Cigala —lo de los apodos en el flamenco da para otra Honos— cuando me decidí a escribir. Decía Paquete que El Cigala no solo tenía duende, sino también afición. Me dejó pensando… y escribiendo.
Los términos afición y aficionado en el flamenco abarcan mucho más que en otros contextos o ámbitos. Su densidad semántica es mucho más alta que decir aficionado al fútbol o aficionado al senderismo. Decía José Mercé que él distinguía rápido al aficionado del especialista: el primero quería comprender, el segundo se empeñaba en explicar.
Los grandes maestros del flamenco lo son también porque no dejan de ser aficionados. Es decir, siguen queriendo comprender, aprender, descubrir… se saben aprendices, aun siendo maestros. Al fin y al cabo quien tiene afición es porque se siente afectado, con el ánimo dispuesto.
Por otro lado, la palabra duende. Siempre me ha sorprendido el valor que le damos a culturas alejadas de la nuestra, a sistemas filosóficos ajenos a nuestras raíces y, a la vez, el desprecio y rechazo hacia conceptos e ideas que están imbricadas en nuestra cultura de manera indisoluble. Si el término duende se escribiera con un kanji, o si fuera parte del Zen, le otorgaríamos un prestigio que ahora le negamos. Hay tanta verdad y profundidad en el flamenco como en cualquier escuela budista, pero supongo que lo exótico nos tira más y que en chino quedan mejor los tatuajes.
Quien quiera aproximarse a la idea de duende puede hacerlo con la obra de José Javier León, El duende, hallazgo y cliché, o con la excelente Filosofía del flamenco de Nolo Ruiz, pero teniendo a Lorca —a nuestro Federico— y su Juego y Teoría del Duende, que me perdonen León y Ruiz si me voy a la fuente.
Un buen ejemplo de todo lo que habita en el concepto de duende, es la anécdota sobre La Niña de los Peines que cuenta Lorca en esta obra antes citada. Os la dejo aquí recogida casi íntegra:
Una vez la cantaora andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales obscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados. […]
Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa."
Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de los vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito lucumí, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedia formas sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.
Federico García Lorca, Juego y teoría del duende. En Conferencias II. Madrid: Alianza. pp.96-97
Para llegar al duende, Pastora tuvo que matar todo el andamiaje, desgarrar su voz para llegar, no a la forma, sino al tuétano de la forma. Tuvo que empobrecerse de facultades y seguridades, quedarse desamparada… y luchar.
El duende no necesita de andamios porque no tiene orden, no precisa de un croquis, como decía El Torta, el duende emerge, brota en el desenfreno, en la juerga, en el deleite, cuando se pierden las formas y solo queda lo sublime.
¿Meditación y Zen? ¡A mí dame borrasca y tuétano, a mí dame duende y afición!
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El número #213 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
De nuevo el silencio.
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y, aunque con prisas, feliz de haber empezado otra vez las clases.
¡Salud y diseño!
Máximo. Te leo desde hace poco, me gusta siempre, pero hoy me has tocao la fibra. Y de regalo, la news enlazada en la que hablabas de El Torta, cantaor absolutamente mítico para mi. Yo le ví en el Juglar de Lavapies después de publicar el que luego fue su último disco. Eramos 30 personas. Le teníamos a 10 metros. Un recuerdo imborrable. Como te decía, me tocaste la fibra. Enhorabuena por tu contenido.
Hace unos meses maqueté, precisamente, un libro sobre flamenco y me sorprendió el aparato teórico-filosófico que encierra el género.
A través de los testimonios de docenas de músicos y cantantes, te das cuenta de que, tras el aparente flujo espontáneo del estilo («gente dando voces», que decía mi abuela con retranca), hay toda una cosmogonía, una visión tanto del género en sí como del mundo que le rodea, mucho más compleja y rica de lo que pudiera parecer.
Y como epítome de ello es, como muy bien señalas, el «duende», que encierra en sí mismo toda una sabiduría completa.
Hermosa entrada —como siempre—.