En el abrazo honestamente sentido, en tu piel inundada por el sol, en el primer chapuzón del verano, en el laberíntico y desorientado paseo por una ciudad que pisas por vez primera, en el furor extremo del sexo desbordado, aunque también en la íntima plegaria por la salvación de los tuyos, en un beso, en un buen beso, en aquella aventura, pero no en aquel viaje, en el descubrimiento, pero no en la visita, cuando dices “¡Vamos!”, pero no al decir “¡Espera!”, en el Terral revolviendo tu pelo a la vuelta del concierto, en aquella ola de la costa portuguesa, siempre que eres incendio, nunca cuando eres vacío, en su mirada de luz de Bengala, en las pavesas de sus caricias, en lo imprevisto de la desfigurada tormenta de verano, en la primera yema de huevo sobre bizcocho de boletus del Eslava, en el reloj heredado de tu padre, pero no en el de Apple, no en el de Apple, al escuchar la adulta verdad sobre los Reyes Magos, al encontrar la indigna verdad sobre la muerte, en el llanto ahogado del sueño nocturno y en la carcajada estridente de la sobremesa, en el vino, siempre en el vino. Son siempre las vivencias las que radicalmente importan, las que realmente (per)viven y afectan, nunca son las experiencias, con su pobreza de tacto y su frialdad de experimento, es siempre la intimidad de lo vivido y nunca lo funcional de lo usado, es siempre la piel transpirada de la (con)vivencia, y nunca el látex aséptico del laboratorio.
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Honos 163. La aventura, no el viaje.
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En el abrazo honestamente sentido, en tu piel inundada por el sol, en el primer chapuzón del verano, en el laberíntico y desorientado paseo por una ciudad que pisas por vez primera, en el furor extremo del sexo desbordado, aunque también en la íntima plegaria por la salvación de los tuyos, en un beso, en un buen beso, en aquella aventura, pero no en aquel viaje, en el descubrimiento, pero no en la visita, cuando dices “¡Vamos!”, pero no al decir “¡Espera!”, en el Terral revolviendo tu pelo a la vuelta del concierto, en aquella ola de la costa portuguesa, siempre que eres incendio, nunca cuando eres vacío, en su mirada de luz de Bengala, en las pavesas de sus caricias, en lo imprevisto de la desfigurada tormenta de verano, en la primera yema de huevo sobre bizcocho de boletus del Eslava, en el reloj heredado de tu padre, pero no en el de Apple, no en el de Apple, al escuchar la adulta verdad sobre los Reyes Magos, al encontrar la indigna verdad sobre la muerte, en el llanto ahogado del sueño nocturno y en la carcajada estridente de la sobremesa, en el vino, siempre en el vino. Son siempre las vivencias las que radicalmente importan, las que realmente (per)viven y afectan, nunca son las experiencias, con su pobreza de tacto y su frialdad de experimento, es siempre la intimidad de lo vivido y nunca lo funcional de lo usado, es siempre la piel transpirada de la (con)vivencia, y nunca el látex aséptico del laboratorio.