Honos 146. De cuando Otto Aicher interrumpió mi clase para mover un cuadro de sitio.
La Reflexión
De cuando Otto Aicher interrumpió mi clase para mover un cuadro de sitio.
Les dije a los alumnos que se distribuyeran a lo largo de una línea imaginaria que trazamos en el suelo a lo ancho de la sala Morente del Instituto. En un extremo de esa línea estaba la belleza como algo objetivo, en el otro, lo opuesto, lo subjetivo. Ellos procedieron diligentes, aunque dubitativos. La clase acababa de empezar y yo ya les planteaba preguntas casi imposibles de responder. No importaba, no había respuestas erróneas, era solo un ejercicio para entonar la sesión y calentar el ambiente. Como era de esperar, la mayoría se dispuso del lado de lo subjetivo: somos hijos de nuestro tiempo. Mientras cada uno daba razones para justificar el lugar decidido y daba un ejemplo de belleza, yo, sin perder la atención sobre ellos, pero sin tampoco poder evitarlo, encontré uno de mis huecos.
Estos huecos, que encuentro de tanto en tanto (o ellos me encuentran a mí, no lo sé seguro) son momentos fuera del tiempo y del espacio donde sin quererlo desaparezco y quedo atrapado en suspensión. Un griego lo llamaría epojé. Descubrí estos huecos porque a Sergio también le asaltaban. Aprendí mucho de mí gracias a Sergio. Cuando estoy en un hueco solo yo lo percibo y, desde fuera no se nota, nada en mí cambia desde la mirada ajena, pero yo, durante ese tiempo, estoy sujeto en un hueco y, a la vez, estoy también presente. Un hueco no es una distracción, es… otra cosa.
El hueco que me puso entre paréntesis en esta ocasión era un cuadro. Curiosamente, a cada uno de los lados de esa línea imaginaria que yo había trazado en la sala habitaba un cuadro. No fue a propósito, pero así se dio. A un lado, del costado de la subjetividad, habitaba una lámina del famoso retrato de Obama de OBEY. Esa lámina estaba en el lado adecuado. Era feliz estando ahí. Nada más fenomenológico, subjetivo y para-sí que el diseño estarcido y político del HOPE de ese cartel. El hueco no estaba en ese cuadro. Lo que me arrebataba estaba del otro lado de la línea.
Del costado de lo objetivo habitaba una lámina de las olimpiadas de Munich del año 1972. Obra gráfica de Otto Aicher. Si me dedico al diseño es en parte gracias a él. El hueco-cuadro me atrapó al saberme consciente de que el azar había colocado a Aicher del lado del objetivismo platónico, del lado de la belleza cerrada, absoluta, conclusa, perfecta, acabada. No le habría gustado a quien veía el mundo como un proyecto, como un hacer humano, como una realización. Eso me incomodaba aunque nadie notara nada. Pero yo, en mi hueco, vi a Otto enfadado entrar en la sala, agarrar el cuadro y moverlo al otro lado de la línea y observar al de OBEY con cierta curiosidad. En mi hueco, Aicher me miraba con desilusión y desánimo. Tenía razón ¡El pobre Aicher del lado del platonismo cuando él fue un gran estudioso de Kant! TODO MAL.
Salí pronto del cuadro-hueco, o quizá no, porque, como os digo, no sé si el tiempo transcurre acompasado con el resto del tiempo cuando me sumerjo en uno de estos huecos. Pero salí y disfruté escuchando a los alumnos conversando, argumentando, leyendo y preguntando sobre la belleza y sobre nosotros mismos. Fue, pese al enfado de Aicher, una buena clase.
Al final de la sesión, mientras recogía mis trastos de enseñar, creí ver por el rabillo del ojo a Otto de nuevo. Paseaba por la biblioteca del Instituto con el De divina proportione entre sus manos, admirado por las ilustraciones de Leonardo da Vinci de los sólidos platónicos. Me despedí con un gesto que él no vio y salí sonriendo. Quizá hasta fue buena idea que el azar equivocara su cuadro de sitio.
A Otto, a Sergio y a Javier.
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Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y ayer fue un gran día, Madrid lucía bonita y yo fui feliz.
¡Salud y diseño!
En número #146 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Prehension — Joep Beving Sigo enganchadísimo a este álbum