Pese a este cansancio de vida espesa, pese al dolor de lo virtual y a su trastorno, pese al silbar de vientos del ocaso y el constante tañido a despedida, creo que aún creo. Pese al vidrio seco de la terna pantalla, reflejo de mi rostro envejecido, culpable de esta visión devaluada y sin remedio abocada a otro cristal intermediario entre el mundo y mi mirada, yo creo que aún creo. Pese al deambular de días persistentes, de su leve pulso mantenido en el letargo, de los pesados pasos arrastrando los zapatos, incluso del bostezo disfrazado de suspiro, creo que aún creo. Al fin y al cabo, no estoy atrapado en una isla con un volcán, no me está asfixiando la última variante de ningún virus letal, así que, sí, pese a todo, creo que aún creo. Pese a que el vino ya no sabe a vino, en los restaurantes no disfruto, en las noches no descanso, con los libros me bloqueo y ya me pesa la liturgia del oficio, sí, creo que creo. Creo porque, como decía aquella letra: “
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Honos 140. Creo que aún creo.
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Pese a este cansancio de vida espesa, pese al dolor de lo virtual y a su trastorno, pese al silbar de vientos del ocaso y el constante tañido a despedida, creo que aún creo. Pese al vidrio seco de la terna pantalla, reflejo de mi rostro envejecido, culpable de esta visión devaluada y sin remedio abocada a otro cristal intermediario entre el mundo y mi mirada, yo creo que aún creo. Pese al deambular de días persistentes, de su leve pulso mantenido en el letargo, de los pesados pasos arrastrando los zapatos, incluso del bostezo disfrazado de suspiro, creo que aún creo. Al fin y al cabo, no estoy atrapado en una isla con un volcán, no me está asfixiando la última variante de ningún virus letal, así que, sí, pese a todo, creo que aún creo. Pese a que el vino ya no sabe a vino, en los restaurantes no disfruto, en las noches no descanso, con los libros me bloqueo y ya me pesa la liturgia del oficio, sí, creo que creo. Creo porque, como decía aquella letra: “