La Reflexión
Un diseño que quiso cambiar el mundo
No suele pasar. No así, no tan claro. No tan valiente. Pero durante tres años breves, intensos y trágicamente interrumpidos, en Chile se intentó algo inaudito: que el diseño fuera instrumento de transformación estructural. Que sirviera, no para vestir el mundo como es, sino para imaginar y construir el que podría ser. Allende hablaba de revolución con empanadas y vino tinto. Bonsiepe, de prototipos con dignidad y de la interfase, que era mucho más que lo que hoy llamamos interface.
El viernes estuve visitando en familia la exposición comentada “Cómo diseñar una revolución: La vía chilena al diseño” en el DHub. La pieza más destacada de la exposición es la primera reconstrucción integral y funcional de la sala de operaciones Cybersyn. Uno llega a esa sala y no sabe si está entrando en una nave espacial o en el sueño febril de un futuro que nunca ocurrió. Sillas angulosas, pantallas que parecen salidas de una película de Kubrick, un sistema de comunicación en red que buscaba democratizar la información productiva del país, décadas antes de que las empresas soñaran con APIs. Pero no era Silicon Valley. Era socialismo democrático. Y era 1972.
Gui Bonsiepe, diseñador alemán formado en la Escuela de Ulm, llegó a América Latina y entendió algo crucial: que el diseño, en contextos de desigualdad, no puede limitarse a embellecer. Tiene que intervenir. Tiene que tocar fondo. En Chile, se implicó en el diseño de objetos, sistemas y políticas que querían reducir la dependencia tecnológica, ampliar el acceso a la lectura, combatir la desnutrición infantil.
En su concepción, el diseño era una herramienta de emancipación. “Diseñar es proyectar condiciones para el cambio”, escribió. Y lo hizo. Con inteligencia, con método, con sensibilidad para el contexto y con una ética que se nutría más de Freire que de Bauhaus. En su paso por países como Chile, Argentina o Brasil, dejó una forma de pensar el diseño como mediación entre técnica y justicia, entre deseo y estructura, entre posibilidad y mundo.
Resulta desesperanzador que aquel intento se malograra tan pronto. Pero su huella persiste. No solo como vestigio museístico, sino como herida abierta y también como horizonte. Porque en una época en la que el diseño ha sido fagocitado por el mercado, diluido en pantallas, modas y promesas de fricción cero, volver a pensar que puede tener un rol político, social, estructural, no es nostalgia: es necesidad.
Tal vez sea tiempo de reaprender a diseñar desde el sur: sí, España también es el sur. No como estilo, sino como impulso. No como estética, sino como ética. Pensando, como entonces, que el diseño no tiene por qué limitarse a solucionar problemas dentro del sistema, sino que puede y debe contribuir a imaginar otros sistemas posibles.
Y aunque el sueño de la revolución computacional socialista apenas duró un suspiro, deja una pregunta que no ha perdido fuerza: ¿y si diseñar no fuera solo una profesión, sino una forma de tomar partido?

Si queréis conocer más sobre Gui Bonsiepe, esta entrevista que le hicieron el año pasado —Sí, sigue vivo— está muy bien.
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El número #271 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Disfruto — Carla Morrison
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y me he comprado una cafetera de estas superautomáticas: tengo sensaciones encontradas, la verdad.
¡Salud y diseño!
Qué cosas, estas semanas atrás me quedé «atrapado» leyendo y explorando a fondo el trabajo de Gui Bonsiepe, y hoy vas y abordas su trabajo 🖤
Muy buena pinta esa expo.