La Reflexión
Avanza con prudencia cuando sientas profundidad.
“Avanza con prudencia cuando sientas profundidad”
El Arte de la prudencia. Baltasar Gracián
Durante la última clase del curso de filosofía, la clase dedicada a la idea de Verdad, mientras hablábamos de Karl Popper, Lakatos, Feyerabend y de sus contribuciones a la filosofía de la ciencia, surgió un tema que considero crucial para quienes nos dedicamos, de una manera u otra, a la creación de productos tecnológicos.
En 1980, en un libro titulado The Social Control of Technology, David Collingridge, formuló el “dilema del control” que, en palabras del autor y traducción mía, viene a decir: “Cuando el cambio es fácil, no se puede prever su necesidad; cuando la necesidad de cambio es evidente, el cambio se ha vuelto caro, difícil y lleva mucho tiempo”. A partir de ese momento a este dilema se le conoce como el dilema de Collingridge. Gran hito vital pasar a la historia por dar nombre a un dilema.
Lo que plantea el dilema es que, en el contexto del desarrollo de una tecnología nueva, la ponderación de los riesgos que implica es muy complicada en sus fases iniciales, ya que aún no se comprende del todo dicha tecnología, pero cuando aumenta el conocimiento sobre la misma, disminuye la capacidad de control de los riesgos que acarrea. Es decir, al principio no sabemos prever el riesgo y luego es tarde para controlarlo.
Aunque el ejemplo más evidente pueda parecernos por nuestro contexto que sea el desarrollo de la IA, es un dilema que se ha presentado de manera continua con cada avance técnico-científico. El caso de la ingeniería genética o el desarrollo armamentístico son ejemplos evidentes. Pero más allá de estos casos extremos, el dilema de Collingridge subyace a la mayoría de los productos y servicios tecnológicos que presentan innovación real. Por ejemplo, en los últimos 15 años se han creado servicios tecnológicos que han modificado sustancialmente el modo en el que habitamos nuestras ciudades. Servicios que, de la mano del desarrollo de nuevas tecnologías, han transformado sectores cruciales como el de las comunicaciones, el transporte o la vivienda, con resultados no siempre positivos o incluso claramente negativos para el conjunto social. Estos servicios bien podrían argumentar —apoyándose en el dilema del control— que, en el momento incipiente de su creación, fueron incapaces de prever el impacto que finalmente han tenido y que ahora ya poco se puede hacer.
¿Pueden los gobiernos, estados u organismos defenderse de avances que pongan en peligro sectores estratégicos para su ciudadanía? A esto se le conoce como “principio de precaución”, que desde los años 70 se ha formulado en clave legal y es susceptible de ser invocado por los organismos competentes en caso de que exista peligro para la salud o el medio ambiente.
El “principio de precaución” tiene detractores que argumentan que, regirse por un principio que sitúa la precaución como semáforo de la innovación puede implicar un freno, incluso una parada en seco de dicha innovación. En esa línea, autores como Adam Thierer, sostienen que el principio de precaución es poner palos en las ruedas de la innovación, el cual es el motor de las sociedades prósperas.
¿Y desde dentro de las propias empresas, hay algo que podamos hacer para resolver el dilema? ¿Podemos, quienes trabajamos en sectores donde la tecnología está aún en fase embrionaria, poner medidas de control antes de que sea tarde? Yo creo que sí, y que la clave de ello se encuentra en la tradición aristotélica y en autores como Alasdair MacIntyre y su idea de virtud o Hans Jonas y su “principio de responsabilidad”.
La ética aristotélica, lejos de ser un conjunto de normas que seguir, es una práctica que se desarrolla en el propio hacer. Además, su ética es siempre una superación de todo dualismo, de toda polarización. En el justo medio se encuentra la virtud: ni precaución que frene la innovación, ni innovación insensata. A mi modo de ver, un “principio de prudencia” aristotélica sería imprescindible para que el desarrollo tecnológico ni se acabe, ni acabe con nosotros.
La prudencia, lejos de ser un síntoma de cobardía o debilidad, es una muestra de lo grandes que podemos ser. Como bien dijo La Bruyère: “Dónde esté ausente la prudencia, encontrad la grandeza si podéis”.
Nº 224 publicado gracias a Talentia.ai.
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El número #224 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Pasodoble a José Tomás — Vicente Amigo
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y con ese sentimiento extraño entre satisfacción y pena por haber concluido otra edición del curso de filosofía.
¡Salud y diseño!
Máximo, muchas gracias por compartir. Nos ha encantado como has verbalizado la esencia de esta dosis de diseño y feminismo.