La Reflexión
Aplazar el placer
¿Vosotros tenéis un libro favorito? Cuando uno es niño le brotan por todos lados las cosas favoritas. Uno tiene su peluche favorito, su superhéroe favorito, su plato favorito y, si es afortunado, su libro favorito. Al hacernos adultos nos volvemos pedantes. Respondemos “depende” a la pregunta sobre si tenemos cierta cosa favorita. Pensamos que si tenemos algo favorito es porque no hemos vivido lo suficiente o porque no hemos salido lo suficiente de nuestra zona de confort ¿No os parece ridícula esa expresión “zona de confort”? A mí, sí. Lo que nos pasa de adultos es que nos da vergüenza decir que preferimos algo no por su calidad o su consenso social, sino por la relación personal que nos ata a ese algo: a ese libro favorito, a esa película favorita, a ese lugar favorito nos unen experiencias, personas y atardeceres que envuelven todo con el celofán del recuerdo.
Yo tengo un libro favorito. Es la primera obra de una escritora a la que han llamado “de culto” o “generacional” ¡Qué horror! Es un libro escrito con belleza. No es un libro largo. Me lo regaló una chica hace 16 años a la que no olvidé, pero de la que olvidé su nombre. Seguro que el que sea mi favorito es, en buena parte, también por ella. No es un libro sobre diseño. Tengo varias copias por casa. No es que lo busque, pero si lo veo en una librería, lo vuelvo a comprar. Con el tiempo hemos desarrollado cierta querencia el uno por el otro. En ocasiones pienso que soy su protagonista. En estos años lo he leído 12 o 14 veces. Quise ponerle el nombre de uno de los personajes a mi hija. La madre no quiso. Tenía razón. Tiene 61 capítulos breves, pero lo más extraño —no tanto del libro, sino de mi relación con él— es que no sé cómo acaba. No he leído el final. Siempre que lo leo paro en el capítulo 59. Antes lo hacía en el 58, pero un año, sin darme cuenta, avancé uno más y ahora paro siempre en el capítulo 59. Mi libro favorito no acaba nunca.
Es el caso más extremo de un síndrome que padezco. Llamarlo síndrome es quizá darle demasiado bombo, pero sí que es algo que no controlo, algo que aquejo y me brota con escasa, pero constante frecuencia. Por ejemplo, no he visto los dos últimos capítulos de “Mad Men”: una serie que veía semana tras semana cuando estaba en emisión y que duró 8 años. No fueron ocho años cualquiera. Fueron los mismos ocho años en los que me mudé a vivir con mi pareja 3 veces, 2 ciudades, también cambié de trabajo y fui padre ¿Cómo acabar con quien me acompañó en cada uno de esos momentos? Tampoco acabé “The Good Fight”. No he querido acabar “Almáciga” de María Sánchez y voy siempre con un capítulo de retraso del podcast de “El Medio es el masaje”, por si algún día Javier no graba más, así poder dejarme uno en la recámara y que jamás acabe. Porque esa es la clave: si yo no lo acabo, no acabará nunca. Aplazar el placer resulta más placentero que cumplirlo. Aplazar un final es disfrutar ahora de un momento que quizá llegue… aunque no ahora, no todavía, un poco más tarde. Porque cuando se cumpla, cuando se agote, cuando ese futuro se haga presente —estatua de sal— ya solo quedará el pasado con su olor a nostalgia y naftalina.
Concluir, llegar al clímax, cerrar el círculo, ¿para qué? ¿Qué hay al final si no un paraíso imposible? Como dice el poema de Emily Dickinson: El Paraíso no me simpatiza / Porque allí siempre es domingo / Y el receso nunca llega.
Mientras pueda elegir, preferiré habitar en la imperfección de un sábado inconcluso, con su balcón aún abierto al porvenir, que en un domingo de paraíso donde nada queda por desear.
Nota: he querido recuperar este texto que publiqué hace casi 4 años y más de 100 números atrás. He aprovechado para retocar y actualizarlo ahora que he vuelto a quedarme en el capítulo 59… otra vez.
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Beautiful Shadows es el plugin de Figma que te permite hacer sombras preciosistas de una manera puramente visual sin que luego recrearlas en CSS sea una pesadilla.
Chunk 3 es un set de iconos gratuitos muy completos. Vienen en 3 estilos y los acaban de actualizar.
El plugin de Lottie para Figma ha mejorado mucho, permitiendo hacer muchas más cositas chulas ahora. Creo que le voy a dar otra oportunidad.
→ La gota del mango de Bialetti
Me fascinan las historias personales en torno a cosas, que no a objetos: escribí sobre esa diferencia aquí. En torno a las cafeteras Bialetti se concentran una cantidad de historias fuera de lo normal: una Bialetti no es una cosa cualquiera, su valor como cosa trasciende lo personal para emerger como una cosa cultural, social, casi política. Pocas veces sucede eso.
Me ha gustado mucho esta historia de Christian García Bello sobre su Bialetti. Christian es un artista gallego que he descubierto recientemente y cuyas obras son metáforas hechas de materia, cargadas de peso. Un gran descubrimiento.
Gracias a las más de 180 personas que me apoyáis en Ko-fi. Van 547 cafés y amontillados ¡Me va a dar algo!
El número #218 de Honos ha sido escrito mientras escuchaba:
Estrella & Rafael — Estrella Morente y Rafael Riqueni
Se despide con una sonrisa honesta, Máximo, diseñador, aprendiz de newslettero y no, esta vez, tampoco voy a confesar el título del libro.
¡Salud y diseño!
¡Ei, Máximo! Respecto a la herramienta sobre facturas: Magoz (magoz.com) creó hace un tiempo Afloat (useafloat.com). Probablemente no compartan funcionamiento exacto, pero también genera facturas sencillas y limpias, además de ponerte fáciles muchas gestiones (moneda, impuestos, idiomas, constructor de la factura por bloques…). Échale un vistazo si no la conocías. Abrazo 🙌
Zona de confort y ser la mejor versión de uno mismo son dos conceptos que ya deberían desaparecer y no volver nunca más. Aplazar el placer me ha encantado como reflexión, aunque no hasta el infinito, mas bien darle al placer su momento perfecto, que es como se saborea mas.